Feminismos en la primera línea. Hilos violetas tejen el Abya Yala

¿Estamos en condiciones de afirmar que el mundo que conocíamos ya no existe? ¿Cómo afecta esta nueva normalidad a las mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries y maricas de esta región del mundo? Aprovechamos la virtualidad para entretejer preguntas y respuestas transfronterizas con compañeres feministas de (casi) toda América Latina (AL). Nos sumergimos en el terreno de las videollamadas y reafirmamos una idea, entre tantas otras: es urgente imaginar otros mundos posibles donde seamos protagonistas de nuestra propia historia.

Por Natalia D’Amico y Ayelén Branca


Dialogamos con diverses compañeres que desde sus territorios, sus luchas y cosmovisiones analizan los efectos concretos de la crisis económica, sanitaria y ecológica sobre los cuerpos de las mujeres y disidencias sexuales negras, marrones, sudacas, indígenas. Nos interesa estructurar posibles salidas de esta crisis que nos sumerge en más violencia, más pobreza y más desocupación.

Escribimos esta nota mientras los incendios forestales intencionales en nuestro país no dan tregua y con el colapso de los sistemas sanitarios en varias regiones de latinoamérica; a un año de la revuelta en Chile, en el marco de las mingas de Colombia y el augurioso triunfo de las mujeres con pollera en Bolivia. Escribimos concientes de que los feminismos anticapitalistas tenemos mucho para decir sobre el avance de las fronteras extractivistas en nuestros pueblos, sobre la matriz colonial y racista de los estados, sobre el desarrollo de las derechas odiantes, sobre la deuda y sobre los 230 millones de pobres que dejará la crisis que combina lo peor del capitalismo y el sistema patriarcal: la recarga de cuidados, el regreso a lo privado como respuesta estatal, el aumento de la violencia, el asesinato de lideresas comunitarias, el endeudamiento en los hogares, la reproducción de la vida en el marco de un derrumbe total, la profundización de la feminización de la pobreza y el deterioro de todas nuestras condiciones de vida.

América Latina, el Macondo del siglo XXI

Como mencionamos en Los tres niveles de la crisis: “La crisis del COVID-19 se da en el marco de una economía global que ya mostraba señales de agotamiento”. Ante las economías regionales reprimarizadas, endeudadas y empobrecidas en lo social, el coronavirus puso en evidencia y profundizó la precarización en la que sobrevivimos. ¿Qué efectos concretos y particulares tiene esta crisis en nuestro Abya Ayala? 

Cuando les analistas decían, allá por marzo, que las consecuencias del Coronavirus en AL serían devastadoras, tenían razón. En nuestras regiones dependientes, los déficits en la salud pública, la pobreza y el desempleo fueron casi una profecía autocumplida. Sabemos que la crisis económica no tiene los mismos efectos sobre todas las regiones, ni mucho menos sobre los distintos sectores sociales. Los marcadores de clase y de género condicionaron los efectos de la crisis sobre nuestras vidas y pusieron de manifiesto la precarización brutal con la que reproducimos nuestras vidas. La pandemia, como resultado del agrobusiness, reordenó las prioridades y lo que no era tan importante pasó a ser esencial porque puso nuestra vidas en juego.

Durante el 2019, una oleada de revueltas recorrió el mundo. Los chalecos amarillos de Francia y las protestas de jóvenes en Hong Kong, pero también la rebelión en Chile, la lucha victoriosa contra el FMI en Ecuador, las jornadas de las feministas mexicanas contra los femicidios, los levantamientos contra proyectos de reformas en Colombia, las multitudinarias movilizaciones en Puerto Rico y la resistencia al golpe en Bolivia. Como afirma Eduardo Lucita, las manifestaciones locales de AL responden a un malestar profundo gestado durante décadas de globalización neoliberal hegemonizada por el capital financiero. Las políticas de aislamiento por COVID-19 sacaron al pueblo de la calle y le dieron aire de gobernabilidad a los gobiernos. Las recientes movilizaciones en Chile o en Colombia parecen un faro esperanzador.

Ochy Curiel es antropóloga social, activista y teórica del feminismo latinoamericano y caribeño. Es dominicana pero vive en Colombia desde hace varios años y se reconoce dentro del feminismo autónomo, lésbico, antirracista y decolonial. Ella sugiere tener “memoria larga” y alerta por el devenir real del empobrecimiento. “Aunque la pandemia comenzó en los países del norte, cuando entró a estos países del sur de Abya Yala hizo desastres. La diferencia sustancial en la geopolítica del mundo es que somos los más afectados y, principalmente, la gente que está en el trabajo informal, que en general son mujeres empobrecidas o gente afro o gente indígena: los condenados de la tierra”, sostiene. Francisca (la Pancha) Fernández, por su parte, dice que la situación en AL es como el Macondo del siglo XXI. Es militante del Movimiento por el agua y de la Coordinadora 8M; habla desde el Chile de la revuelta e insiste en que esta es una situación que no se puede desvincular de nuestra historia. “Muchas veces, en el marco de la pandemia, se dice que la humanidad es la culpable de la destrucción de la naturaleza. Es un error decir eso: no es la humanidad, es el capitalismo. Son los agentes extractivos y las transnacionales con su tipo de humanidad, amparada en la lógica de privilegio y la ganancia. Es un modelo que ha arrasado con la naturaleza, un modelo económico, político y social que se ha instalado”, dice y agrega: “hay que insistir y nunca olvidar que el capitalismo se ha sostenido con una crisis tras otra, arrasando y despojando a nuestros cuerpos y nuestros territorios.”

En este sentido, no llama la atención que durante estos tiempos se continúe profundizando, y con todas sus fuerzas,  este mismo modelo que ha destruido la naturaleza. Todas las activistas entrevistadas remarcan con preocupación los avances de la minería y la frontera agrícola, la deforestación, la privatización del agua y la producción animal a gran escala. “El extractivismo no está de cuarentena”, afirma la Pancha, algo que se puede sostener en cada uno de nuestros países, más allá de la orientación política de quien gobierne.

Los testimonios coinciden en que el problema es estructural. La respuesta de los distintos Estados ha sido el aislamiento con medidas económicas insuficientes y el reforzamiento del control social. Leina Guillen Aguilar, desde Perú, lo dice con claridad: “Hemos visto salir a los militares a las calles para que no saliéramos nosotras a la calle. Sentimos como un pequeño ejercicio de una nueva recomposición neoliberal para ejercer una posición más fascista, de corte más cruda, contra los intereses del pueblo”. Las compañeras del Movimiento Campesino de Ecuador refuerzan la idea: “En la pandemia, el gobierno de Lenin Moreno aprobó la Ley Humanitaria que permite a los empresarios despedir gente y bajar salarios. Contra lo que luchamos en octubre. Pero claro, ahora no se podía salir a la calle y le cambiaron el nombre, nada más.”

Cuando decimos estructural, nos referimos a la continuidad que tiene la lógica del capitalismo dependiente y patriarcal en nuestras regiones. Una lógica que se arrastra desde la misma colonización y que, tras la configuración de los Estados independientes, no hace más que reproducirse históricamente bajo modelos productivos extractivistas, en el agronegocio y en el despojo de las comunidades originarias y la descampesinización. Con el paso del tiempo, se reforzó en procesos de urbanización donde grandes cantidades de trabajadores nos amontonamos en condiciones de desempleo, superexplotación y trabajo informal. Finalmente, con el desarrollo del capitalismo en su fase neoliberal, garantizado en un primer momento por procesos dictatoriales,  se perpetúa un sistema que nos arroja a condiciones de vida cada vez más precarizadas, impuestas principalmente por los endeudamientos masivos y las políticas diagramadas por los intereses imperialistas de organismos internacionales, como el FMI. Este marco histórico estructural se evidencia constantemente en las voces de las compañeras entrevistadas: en México, entre el 60 y 65% de la población ocupada está en condiciones de informalidad; en Chile, 137 comunas no tienen agua y el desempleo alcanzó el 13% en agosto; en Puerto Rico, el 60% de la población vive bajo los niveles de pobreza; en Paraguay, más de 370 mil jóvenes están desocupades y más de la mitad, son mujeres y disidencias; 14 provincias de Argentina arden en incendios intencionales para el desarrollo agro extractivista y la especulación inmobiliaria, mientras el 40% de les argentines es pobre; en Brasil, el 75% de las víctimas en manos de la policía es joven, pobre y negra; en Colombia, 700 líderes y lideresas sociales han sido asesinades y solo en el 2020 han ocurrido 55 masacres por parte de grupos paramilitares.

Por qué el capitalismo también es patriarcal

Estas condiciones, que se intensifican y visibilizan en el contexto crítico del presente, son las que nos encuentran con sistemas de salud saturados; con ausencia de estructuras de contención al avance letal del Covid-19 en la región; con altas cifras de desempleo, precarización y violencia. Reconocemos las particularidades que atraviesan, no sin diferencias, a nuestro Abya Ayala, pero también reconocemos que los efectos se profundizan sobre compañeras y compañeres, mujeres y disidencias, pobres, negras, indígenas y campesinas.

El aislamiento obligatorio como principal política frente al COVID-19 dejó en evidencia la triplicación de tareas para las mujeres y disidencias sexuales: a las tareas productivas y reproductivas, se agregó la tarea de cuidado, no solo de niñes y personas mayores, sino también de grupos de riesgo frente al coronavirus. Rebeca Aguayo desde México, dice que incluso estas tareas no remuneradas han sido parte del discurso oficial de López Obrador: “El presidente acá ha reforzado mucho esta idea, en todas sus conferencias de prensa, del rol de las mujeres siendo enfermeras para las familias en el marco de la pandemia y planteando que son las que van a encontrar la manera de sostener a las familias. Incluso, negando todo tipo de violencia intrafamiliar, decía que son esos espacios seguros en los cuales las mujeres van a venir a estar al frente”. 

Luján Rodríguez es argentina, trabaja en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), es delegada de ATE y militante de Marabunta. Afirma que “la pandemia vino a poner de relevancia la precarización de la vida en general, y el trabajo en particular, de todas las vidas feminizadas, sobre todo de este lado del mundo”. En nuestro país, 7 de cada 10 personas del grupo poblacional de menores ingresos son mujeres.

Las feministas socialistas y luego las vertientes de la economía feminista vienen denunciando, desde la Revolución Francesa las primeras y desde finales del siglo XX las segundas, que el capitalismo se sostiene gracias a la producción de mercancías pero también a la reproducción de capital humano. Esta producción de personas está por fuera de la economía formal y queda reducida a la familia. Como dice la teórica feminista Titi Bhattacharya, “lo importante es que el capitalismo es un sistema unitario que integra con éxito las esferas de la reproducción y de la producción”. 

Como afirma Luján Rodríguez, las tareas que tienen que ver con la reproducción de la vida, como la de empleadas domésticas o cuidadoras de adultes o niñes, se presentan hoy como tareas esenciales, lo que abre todo un campo para su reconocimiento. Sin embargo, continúan estando “hiper precarizadas laboralmente y en condiciones de vida; todo eso que estaba sostenido con hilitos previo a la pandemia, ahora se desmorona y el costo de eso lo pagamos las trabajadoras, con salario y condiciones de vida cada vez más precarizadas.” A 9 mil kilómetros de distancia, desde Baja California, Mayra Zamaniego evidencia que el problema no reconoce fronteras: “Es notorio que a las que están al frente de sus hogares y se emplean en formas de autoempleo, como el comercio cotidiano, estar recluidas les ha afectado muchísimo económicamente. Lo mismo para las trabajadoras del hogar de manera remunerada que han estado enfrentando despidos injustificados. No tienen contrato, no tienen protección sindical y que han estado obligadas a seguir trabajando sin medidas de protección”.

Luciene Lacerda es mujer negra, psicóloga, investigadora del departamento de Bioética del Instituto de Estudios de Salud Colectiva de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, feminista y militante del movimiento negro en Brasil. Sostiene que los primeros resultados de esta crisis sanitaria, ecológica y económica en la vida de las mujeres están vinculados a que, en este tiempo en casa, las mujeres han sido víctimas de violencia y se acentúan las tareas domésticas. “En especial para las mujeres negras”, enfatiza. La necropolítica brasilera significa el asesinato de une joven negre cada 23 minutos y que, siendo el país con más transfemicidios del mundo, el 82% de esas víctimas sean negras o mulatas.

Esta situación se repite y profundiza en los contextos rurales. Nataly Bernal Sabogal es estudiante de Sociología, feminista comunitaria y militante del Movimiento Ecosocialista de Colombia. Sostiene que “tenemos niveles de descolonización muy bajos y el campo está totalmente abandonado.” A su vez, así como en Paraguay, la frontera extractivista sigue avanzando sobre comunidades autónomas, a fuerza de topadoras y balas de plomo. 

¿Para quién es seguro quedarse en casa? En el marco del aislamiento que han adoptado varios países de AL, el aumento de la pobreza y la desocupación ha estado acompañado por el crecimiento de las denuncias por violencia de género. En Argentina, la insuficiente medida estatal del Barbijo Rojo demostró que la principal consigna para mitigar la transmisión masiva de COVID-19 no tuvo, ni tiene, perspectiva de género. Ochy Curiel lo dice claramente: “En general, podemos constatar que la política de quédate en casa que es el lugar seguro no está pensanda desde unas perspectiva feminista e, incluso, atrasa muchos años. Puede ser seguro para protegerse del COVID pero no lo es para las mujeres en tanto aumenta la violencia doméstica. Tampoco es segura en relación al empleo porque en general son las mujeres las primeras en ser despedidas de los trabajos”. 

En Perú, el aumento de esta violencia está evidenciado en las más de nueve mil denuncias de mujeres que han recibido violencia dentro de su entorno. “Algo que siempre decimos las feministas es que la casa, el hogar, no es un espacio seguro. Nunca lo fue y esta pandemia lo evidencia”, sostiene Leina Guillen Aguilar. En consonancia, La Pancha agrega que “si bien históricamente se ha visto el espacio privado como el espacio de cuidado, las feministas y las mujeres en general, hemos construido el espacio público como el espacio de contención y cuidado”. Estas políticas estatales de la región presuponen, además, que la familia es el principal lugar de contención y de afecto, evidenciando la miopía política a la hora de diagramar políticas públicas sin perspectiva feminista. 

Este cúmulo de violencias se intensifica con la falta de acceso a derechos fundamentales. En Chile, por ejemplo, el confinamiento ha sido sinónimo de supresión de los derechos humanos: “Estamos en toque de queda, al igual que en la dictadura, sin ningún criterio sanitario”, plantea la Pancha y denuncia que en cuestiones de salud, ni siquiera se están cumpliendo las tres causales que reconocen la práctica del aborto. En la gran mayoría de nuestros países el derecho al aborto está penalizado o solo es legal ante determinadas causales. Y, en los casos en los que es legal, no siempre está garantizado. En Puerto Rico es legal por su vínculo colonial con Estados Unidos pero, al interior de la isla, las personas gestantes se encuentran con múltiples limitaciones fruto de la desinformación o la falta de presupuesto. En Uruguay, la isla progresista de la región, para interrumpir un embarazo hay que someterse a un cuestionamiento y hay departamentos con objeción de conciencia total. El aislamiento ha dificultado aún más el acceso a medicamentos y a espacios amigables para abortar. No solo que un aborto medicamentoso es muy caro sino que, con los centros de salud desbordados, no hay margen para que algo salga mal. Ante esto, el avance de la derecha conservadora, muchas veces vinculada al evangelismo, cumple un rol cada vez más activo en la perspectiva antiderechos.  Luciene Lacerda cuenta que en Brasil, una niña de 11 años fue atacada por integrantes de una iglesia pentecostal que intentaron impedir que abortara, incluso meterse en su casa, y acamparon en la puerta del hospital.

En Argentina, la emergencia en salud no contempla el derecho de las mujeres y personas gestantes a decidir sobre sus cuerpos. A pesar de haber sido eje de campaña del Frente de Todos, de contar con un Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad y funcionaries que provienen del movimiento feminista, Alberto Fernández no considera una prioridad legislar a favor del aborto legal. Las militantes sabemos que no basta con buenas intenciones porque somos quienes ponemos el cuerpo en la clandestinidad. ¿Cuánto pesa el lobby eclesiástico en esta decisión de mantener a las mujeres en el marco de la estigmatización, la ilegalidad y la muerte por abortos clandestinos? ¿La salud de las personas gestantes no era una prioridad?

Con todo sino pa qué. La resistencia feminista frente a la crisis

Durante los últimos años, el movimiento de mujeres y los feminismos comunitarios, populares y anticapitalistas volvimos tema de debate público que la violencia de género es estructural, que el patriarcado existe como sistema de dominación. A través de un largo proceso de disputa de conciencia, logramos poner en la agenda de las organizaciones sociales y políticas que nuestras luchas no están separadas: luchamos por el socialismo así como luchamos por el feminismo. Con prepotencia de trabajo militante, recuperando a nuestras ancestras feministas, nos propusimos cambiarlo todo. Salimos del lugar privado para ocupar el espacio público y luchar no solo por “la lucha de género”, sino por mejoras salariales, contra el ecocidio y en defensa de los derechos humanos. ¿Es posible construir feminismos sin socialismo? ¿Es posible el feminismo si las más pobres seguimos siendo principalmente nosotras, si la sobrevivencia ante las crisis económicas recae en nuestros trabajos no pagos? Frente a las respuestas de los gobiernos de turno a la crisis, lo que les feministas visibilizamos es que están acuñando sus ganancias sobre nuestras vidas.

Pero como la memoria colectiva nos enseña, en los momentos de crisis emergen procesos de organización y resistencia para garantizar la propia supervivencia, se articulan luchas y se erigen procesos constituyentes de formas alternativas de organización. La pregunta por el lugar que ocupamos hoy las organizaciones populares y feministas asume un sentido particular, ¿qué respuestas construimos desde nuestros espacios de lucha? ¿Cómo se articulan los diversos frentes de intervención en este contexto? ¿Qué lugar ocupamos mujeres, lesbianas, negras, marronas, travestis, campesinas e indígenas? ¿Qué forma tienen nuestras resistencias? Entre las particularidades de cada territorio, encontramos puntos en común en nuestras luchas plurinacionales.

La importancia de las redes. De las 14 horas de entrevistas realizadas surge, casi como línea estructurante, la importancia de la construcción de redes. Enredarse implica estar en contacto, pensar en común a pesar de ser diverses, tener un lugar donde caer y levantarse en comunidad. Luján Rodríguez entiende que las redes pre-existentes, “permitieron sostenernos sin depender de la institución familiar que propone el capitalismo heteropatriarcal”. Adriana Guzmán, a un día del triunfo del MAS en Bolivia, agradece a las redes feministas que en el marco del golpe se organizaron e ingresaron medicamentos al país vecino. La Pancha sostiene que las feministas “hemos construido el espacio público como el espacio de contención y decimos me cuido entre mis amigas y me organizo” y cuenta que en el marco de la pandemia han generado una campaña: “En Red nos cuidamos”. Nataly Bernal Sabogal reconoce que a pesar de las diferencias políticas que podemos llegar a tener, “la lucha feminista ha permitido romper esas diferencias teóricas y ha logrado que todas las mujeres trabajemos en red”. Las compañeras mexicanas rememoran la reciente toma de la CNDH y reflexionan junto a nosotras sobre cómo el movimiento feminista pasó a la acción directa. “En momentos como la toma de la CNDH es cuando respiras y dices ‘a huevo, sí se puede’. Las compañeras dan el cuerpo, ponen el cuerpo, están ahí dando la lucha por lo que queremos todas, por vidas más justas, por vidas más libres, por vidas con menos violencia”, dicen.

Los feminismos antirracistas, disidentes y anticapitalistas que construimos cuestionan permanentemente la forma de dominación y las formas en las que nos vinculamos. Cuando decimos, la policía no me cuida, me cuidan mis amigas estamos poniendo de relevancia los vínculos políticos que elegimos para transitar esta forma de vivir y producir la vida. Hay una potencia subversiva y creadora en sostener nuestras redes porque implican una nueva forma de sociabilidad: menos capitalista, menos violenta, menos competitiva. Y entretanto, como dice la Pancha, “tenemos que seguir viviendo y cuidándonos entre nosotras porque los gobiernos y el Estado no nos cuidan pero, también, tenemos que seguir generando redes de abastecimiento, redes solidarias y ollas comunes como formas de resistencia”. Con otras palabras, las compañeras del Movimiento Nacional Campesino de Ecuador insisten en la idea: “cuidarnos a nosotras mismas y cuidar a las otras y a los otros también presupone un acto político y revolucionario frente a un sistema que desgasta, que nos quieren matar, que nos quiere desaparecer”. 

Estas redes que mencionamos no implican una idea despolitizada de sororidad a secas, como si ser mujeres o feministas fuera fácil y un camino color de rosas. Reivindicar nuestras redes de acción política implica reconocernos en luchadoras como la Alianza de Mujeres de Cajamarca, en Colombia, mujeres campesinas que luchan contra una empresa sudafricana en su territorio y distribuyen comida agroecológica en la comunidad. Implica hacernos eco de las palabras de las compañeras mexicanas, que entienden que “nosotras como cuidadoras también sabemos el significado de nuestro territorio y es importante entender que las primeras que empiezan a luchar en los territorios, contra los proyectos extractivos, mineros, energéticos, son las mujeres”. O en las compañeras chilenas que, ante la violencia racista en Wallmapu y frente a las detenciones arbitrarias, fueron las primeras en manifestarse en la Plaza de la Dignidad, en medio de la pandemia y del estado de sitio. “Por mucho que estemos confinadas, no estamos calladas”, dicen. También en las mujeres con pollera de Bolivia que defendieron las urnas en las elecciones que derrotaron al golpe; o en las farmacias comunitarias que llevan adelante las compañeras del Ecuador; o en el reinado trans de El Chaparral; o en la lucha de las mujeres negras en Brasil que levantan campañas contra el racismo y por el salario de las trabajadoras de casas particulares. Implica ser parte de las compañeras piqueteras que, en Argentina, garantizan un plato diario para miles y miles de familias sumidas en la absoluta pobreza. Supone tejer alianzas con las travestis y trans, sostenernos, luchar para que la sociedad sea un poco menos hostil a cada minuto que tenemos de vida.

Tejiendo el hilo de la resistencia

Somos esenciales no solo porque el trabajo de cuidados que realizamos estructura buena parte de la vida capitalista, sino porque es gratis para el Estado. La alianza criminal entre capitalismo y patriarcado convierte a esos trabajos no remunerados, a esas prácticas de sostenibilidad de la vida, en una imposición. La expropiación de nuestra fuerza de trabajo, por un lado, y la triplicación de la jornada laboral, por el otro, refuerzan esa desigualdad fundante de las sociedades capitalistas. Pero lo que nos vuelve realmente esenciales son las redes construidas y los espacios de lucha sostenidos que, más allá del aislamiento, no dejamos de multiplicar. Y sobre esas formas de vinculación se erige la vida que proyectamos vivir. Pero ¿sobre qué feminismo nos imaginamos ese futuro?

A lo largo de las entrevistas, hay un hilo de resistencias que tensamos y tejemos comunitariamente. La Pancha dice que “hay una ruta construida, hace tiempo, desde los feminismos. Pero no cualquier feminismo: hablo de un feminismo territorial, de los pueblos, nuestro propio feminismo, desde nuestras experiencias vitales. Creo que el feminismo nos posibilita pensarnos más allá del capitalismo”. La retomamos porque nos interesa destacar que cuando hablamos de feminismos, lo decimos en plural para reconocer que en ningún sentido el movimiento es monolítico. Las tendencias políticas e ideológicas que atraviesan al amplio campo de los movimientos sociales también tensionan al movimiento feminista, principalmente porque este último es parte de los primeros. La incorporación de nuestras demandas en la agenda estatal, por un lado, y la proliferación de perspectivas liberales, de derecha, reaccionarias y transodiantes, con las iglesias evangélicas a la cabeza por el otro, nos preocupan y vuelven cuerpo de debate las tácticas y estrategias que construimos para dar esa disputa de orientación en unidad. Incluso, es urgente pensar cómo enfrentamos a las tendencias trans excluyentes o RADFEM, que organizan a miles de jóvenes y encuentran asidero en muchas compañeras abolicionistas. 

Si los Estados nos hablan de interseccionalidad, dudemos. Dudemos de todo y volvamos a los aportes del feminismo negro, del feminismo socialista, decolonial, para reinterpretar esa perspectiva y construir luchas colectivas bajo un programa anticapitalista, feminista, antirracista, contra el ecocidio. En otras palabras, que apunte contra todos los sistemas de opresión en nuestras regiones tan golpeadas.

Como dice Nataly Bernal Sabogal, desde la lucha en defensa del territorio de compañeras campesinas en Colombia, “ninguna decisión sobre nosotres sin nosotres”. También lo dice  Luciene Lacerda, desde el movimiento de mujeres negras de Brasil: “No queremos que otras mujeres blancas u hombres blancos nos representen. Queremos hablar por nosotras mismas.” Hablar en la propia voz, nombrarse y aliarse frente a las pretensiones de invidualizarnos y despolitizarnos.

Si desde 1492 nuestro Abya Yala resiste, es tiempo de volver a lo comunitario y a la construcción colectiva. De retomar las experiencias que se entretejen a lo largo del continente y acercarlas, hacerlas cuerpo común, profundizando la construcción de lógicas comunitarias. Como dice Pancha, “habitar nuestra experiencia de lo plurinacional como articulación de distintos pueblos, como comunidad política articulada y no solo de los pueblos originarios: también en lo mestizo, lo afro, lo migrante, con los sectores rurales, con los desocupados.” 

Si lo imposible solo cuesta un poco más, será cuestión de imaginarnos y hacer concreto eso que tanto anhelamos. El sistema es muy efectivo en coartar esta posibilidad de imaginar otro mundo posible pero, en la medida en que podamos compartir esta posibilidad de imaginar mundos diferentes, en la medida en que podamos articular nuestras luchas en los movimientos sociales en resistencia, nuestros pasos colectivos, feministas y construidos desde abajo germinarán con fuerza.

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Natalia D’Amico

@magazula

Periodista, docente, Militante feminista, Activista en la Campaña Somos Plurinacional

Ayelén Branca

aye.branca@gmail.com

Profesora en filosofía, educadora popular y Militante sindical,

Dialogamos con

Francisca Fernández (La Pancha, del Movimiento por el agua y la Coordinadora 8M – Chile), Leina Guillen (Nuevo Perú), Luján (militante sindical, Corriente Social y política Marabunta – Argentina), Nancy Alexandra Paz Narvaez y Martha Lithuma Vera (Movimiento Nacional Campesino – Ecuador), Ochy Curiel Pichardo (activista y teórica del feminismo decolonial – Colombia) y Nataly Bernal Sabogal (Movimiento Ecosocialista – Colombia), Carmen Roman y Elizabeth Silva Martinez (Siempre vivas – Puerto Rico), Mayra Zamaniego (Jóvenes ante la Emergencia Nacional y Tejiendo Luchas – Mexicali, Baja California, México) y Rebeca Aguayo (Mujeres contra las violencias machistas – Guanajuato, México), Luciene Lacerda (Partido Socialismo e Liberdade, PSOL – Brasil), Lía Rodríguez (Partido Convergencia Popular Socialista y Movimiento estudiantil Sununu – Paraguay) y Pamela Hernández (Cooperativa Feminista Revés – Uruguay)