Transfeminismos, cuidados y el acuerdo con el FMI

Desde el feminismo sostenemos que el capitalismo patriarcal como forma de organización social a nivel planetario es cada vez más incompatible con la vida. Múltiples son los ejemplos que dan cuenta de esta contradicción capital – vida. El capitalismo se encuentra en una crisis que no sólo anunciamos quienes luchamos por modificar este sistema injusto: se trata de una crisis que reconoce ese 1% que es dueño de todo, quienes defienden a capa y espada que lo que importan son las ganancias y la rentabilidad económica. Los riesgos de estancamiento con inflación, la llamada estanflación, parecen ser una evidencia difícil de eludir. La pandemia y su consecuente crisis social, la guerra en Ucrania, la disparada de los precios de alimentos y combustibles, el recrudecimiento de los conflictos geopolíticos por el control de los mercados no es algo que pasa lejos de nuestra cotidianeidad sino que configuran muchos de los padecimientos que enfrentamos en la actualidad. Y… como en toda crisis, quienes llevamos la peor parte somos quienes sostenemos la vida, quienes cuidamos, quienes realizamos en forma absolutamente desigual ese trabajo doméstico no remunerado, invisibilizado, no reconocido.

Por Jorgelina Matusevicius


Al mismo tiempo las luchas que venimos dando desde el feminismo han logrado masividad, han cambiado realidades y correlaciones de fuerzas que parecían imposibles de modificar, pero estas conquistas no terminaron con el sistema patriarcal de opresión. Muy por el contrario vemos gestarse una reacción patriarcal que tiene múltiples y heterogéneas voces, desde el Papa Francisco y su política pronatalista diciendo que quien no tiene hijes es egoista (1), los haters en las redes sociales, los ataques misóginos a locales, la justicia anti derechos que penaliza el aborto en EEUU y persigue en distintos territorios a quien garantiza el derecho a abortar, los violadores y abusadores que envalentonados provocan en la marcha del “Yo sí te creo”, los persistentes ataques transodiantes y la falta de esclarecimiento de esos crímenes. Mucho de esto no es una novedad y habría que caracterizar con justeza si realmente se verifica como reacción patriarcal pero en cualquier caso no se puede dejar de prever que anida como posibilidad, más teniendo en cuenta el contexto de crisis. En nuestro país esto tiene una fisonomía particular: de un lado un movimiento transfeminista de los más potentes y masivos del mundo y del otro la crisis de deuda a partir del acuerdo con el FMI, los planes de ajuste, el avance de la precarización laboral y la pobreza que debemos “atajar” justamente quienes nos enfrentamos cotidianamente a las tareas de cuidado.

Políticas de cuidado y recortes del gasto

Recientemente el nuevo ministro de economía Sergio Massa anunció un recorte del gasto público. Estas medidas se enmarcan en las metas que se fijaron a raíz de la suscripción del acuerdo con el FMI para reducir el déficit fiscal. Si miramos el detalle de los recortes encontramos que apuntan a desarmar programas y se contraponen con la idea de fortalecer y equipar los cuidados socializados provistos por el Estado. El desfinanciamiento apunta al programa Conectar Igualdad en donde el ajuste llega a $30.000 millones y representa el 35% sobre la partida vigente para este programa. Por otro lado se oficializó un recorte de $15.000 millones en el fortalecimiento edilicio de jardines infantiles, una reducción del 34% del presupuesto vigente de este programa. Además, se reducen $5.000 millones en infraestructura y equipamiento, lo cual representa un caída del 18% respecto del presupuesto vigente. Los recortes también alcanzan a la Salud Pública (Prevención y Control de Enfermedades Transmisibles e Inmunoprevenibles: -$10.000 millones), y a las políticas de desarrollo territorial y hábitat (-$50.000 millones), entre otras áreas que también se ajustan. 

En mayo de este año (2022) se conoció un proyecto de ley “Cuidar en Igualdad” que busca establecer una red integral de políticas de cuidados haciendo modificaciones a la normativa en términos de licencias, acceso a espacios de cuidados de niñes, contabilización de las tareas de cuidado para el cálculo previsional y reconocimiento remunerado de tareas de cuidado, entre otros objetivos. Más allá de los grandes anuncios, lo cierto es que el proyecto no ha tenido grandes avances en su tratamiento en el Congreso Nacional. El principal problema parece ser, y no por casualidad, la falta de recursos para llevarlo adelante (2). Este escenario no parece mejorar en los años que siguen, en los que el mayor incremento de partidas se irá a los pagos de la deuda contraída de manera ilegítima y fraudulenta. 

Sin recursos para modificar la sobrecarga desigual que recae en el trabajo no remunerado y no reconocido que realizamos las mujeres en las unidades familiares, sin decisión política de empezar a afectar las grandes ganancias de quienes no pierden en esta crisis; el resultado está bastante anunciado. Seguramente, con la inflación, con la inestabilidad del trabajo precario y con los desastres ambientales seguiremos ocupándonos de garantizar la vida.

El feminismo ha logrado imponer en la agenda que los cuidados contribuyen a la economía; incluso se puede calcular monetariamente cuánto aportan. El reconocimiento no es algo menor. Sin embargo, mientras se reconocen las tareas de cuidado como trabajo y se anuncia un proyecto de ley para contemplarlo; también se generalizan estigmatizaciones a quienes desde las barriadas populares sostienen estas tareas. Se asocia a la organización popular con la falta de cultura del trabajo, con la falta de transparencia en el manejo de los recursos. Entre tanto trabajo para sostener las tareas de cuidado, debemos también rendir cuentas en auditorías a los movimientos sociales que construimos cotidianamente como trinchera de lucha.

El énfasis del proyecto que se encuentra esperando a ser tratado está puesto en los regímenes de licencias para trabajadorxs formales y monotributistas. Supone un mercado de trabajo en el que existen regulaciones o convenios colectivos para les trabajadorxs. Sin embargo, sabemos que esto está muy alejado de la realidad. Cualquier sistema integral de cuidados en nuestro país que pase por reconocimiento de licencias para dedicarse a esas tareas, o compensaciones para los cálculos previsionales no puede pasar por alto que el porcentaje del empleo informal llega al 36 %, es decir trabajadorxs sin ningún tipo de reconocimiento de derechos laborales. Para que el sistema sea integral supone terminar con el trabajo no registrado.

Por otro lado, muchas de las actuales instituciones de cuidado (espacios de cuidado de niñes, instituciones para el cuidado de adultes mayores, espacios educativos, recreativos, instituciones de salud, organismos de intervención ante violencias patriarcales) carecen de los recursos suficientes para su funcionamiento, hay falta de personal y también se sostienen sobre la base de trabajo precario al interior de esos espacios. Con trabajadoras, en su mayoría mujeres, mal remuneradas e inestables, se atenta contra la posibilidad de que sean espacios adecuados, que brinden respuestas de calidad. Además se agrega el avance de una política de privatización de la política social, es decir, delegar en manos de espacios privados (u ONGs en algunos casos) espacios donde media algún vínculo mercantil para el desarrollo de estos trabajos. 

Por otro lado, hay que pensar cuál es la propuesta para esta socialización de los cuidados, es decir, de qué manera construir esos espacios de cuidado. Deberíamos cuestionar dispositivos que repongan formas patriarcales jerárquicas y burocráticas al interior. Construir esas instituciones de manera participativa en conjunto con la población que las usa y las transita, que puedan ofrecer otras formas de entender su gestión en clave democrática, que de alguna manera cuestionen la forma en la que se asumen esos cuidados bajo este sistema patriarcal y capitalista. La lógica de la institucionalidad estatal de cuidados está atravesada por una perspectiva de necesidad de reproducción del sistema capitalista en el que vivimos, en la que los cuidados son en función de un sujeto productivo, obediente, disciplinado. 

Un sistema integral de cuidados no puede limitarse a pensar en términos de licencias o de ajustes a los convenios actuales laborales sino que debería avanzar hacia una “desprivatización” de las tareas de cuidado, hacia su colectivización, a su resolución colectiva. Esta lógica de ampliar los equipamientos para socializar esos cuidados, de garantizar su cobertura universal, de dotarlos de personal no precarizado y estable, está muy lejos de los lineamientos de los organismos internacionales. 

Los límites del feminismo institucional

“Demasiadas mujeres quedan al margen de las oportunidades económicas, lo cual no solo es injusto, sino que perjudica el crecimiento y la resiliencia de todos.” Así comienza una nota(3) del portal del FMI fechada el 8 de septiembre de 2022 y escrita por Kristalina Georgieva. En la misma nota la titular del organismo sostiene “Sabemos que en los países donde la desigualdad de género es mayor una reducción de la brecha en la participación de las mujeres en la fuerza laboral podría traducirse en un incremento medio del producto económico del 35%. Sin embargo, el progreso es lento y los shocks, como los desastres climáticos y sanitarios, los disturbios sociales y la guerra, continúan empeorando la desigualdad de género al afectar directamente la vida y el medio de subsistencia de las mujeres o al mantenerlas alejadas de la escuela y el trabajo.”

La capacidad de trabajo que tenemos las mujeres, ese entrenamiento que nos da la doble y triple jornada laboral, reviste un interés muy particular para “contribuir al crecimiento económico” que equivale a decir, contribuir a la valorización del capital. Las políticas públicas de equidad de género como muchas políticas sociales en las que se reconocen derechos, revisten este carácter contradictorio. Por un lado nos permiten revertir situaciones de injusticia y postergación o al menos tenemos un instrumento legal para defendernos y por otro expresan un interés de clase y su concreción como políticas va a estar mediada por dicho carácter de clase que atraviesa al Estado.

En nuestro país, luego de la enorme irrupción del movimiento feminista y ante la exigencia de políticas públicas para hacer lugar a las múltiples demandas, la respuesta estatal fue crear el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad. Sin embargo desde su creación no sólo no hemos logrado revertir la violencia sistémica hacia mujeres y disidencias, sino que muchas de las políticas públicas reponen exclusiones, destratos, despersonalización y fragmentación de respuestas. Esto no obedece sólo a la falta de decisión política para avanzar en transformaciones más profundas sino que está atravesada por una lógica estructural, sistémica del Estado capitalista y cisheteropatriarcal, que reconoce formalmente derechos pero los niega sistemáticamente en lo cotidiano. Ley de cupo laboral trans que no solo no se respeta sino que no evita que su promedio de vida sea de 40 años, programas desfinanciados y falta de recursos para mujeres que sufren violencia, falta de vacantes en espacios públicos de cuidados de las niñeces, encubrimiento de abusos en las infancias y persecución y hostigamiento a madres protectoras, desalojo de mujeres jefas de hogar que buscan tierra para vivir ante la falta de políticas de vivienda y su contracara, el resguardo de la propiedad y los negocios privados y podríamos seguir mencionando ejemplos de negación cotidiana de derechos. 

Es necesario trascender y desbordar este corset institucional de “administración de los sufrimientos”. No es que las instituciones “no funcionan” como deberían, sino que es el propio sistema el que debe ser modificado. 

Potencia transfeminista para revolucionarlo todo

Nuestros transfeminismos anticapitalistas vienen mostrando algunas coordenadas para construir la superación de esta crisis bajo otras lógicas. Una de ellas supone apelar a nuestra capacidad de movilización, a tomar el espacio público para construir agenda, para rechazar las ofensivas, para construir otra correlación de fuerzas. Las brujas piqueteras que pueblan los acampes y marchan en distintos territorios para exigir trabajo, alimentos, planes de vivienda e infraestructura en los barrios son las que evitan que la crisis se profundice en los territorios. Son también las que generan espacios de cuidados, que acompañan a les que sufren violencia de género a exigir medidas de protección, que construyen en colectivo transformando los territorios. Las ofensivas extractivistas para saquear nuestros bienes comunes vienen siendo resistidas por asambleas ambientales, por las mujeres de los pueblos originarios que defienden territorios ancestrales. También resistimos las ofensivas transodiantes y gritamos fuerte Dónde está Tehuel. Luchamos por tierra para vivir y feminismos para habitar, recuperando territorios contra el negocio inmobiliario, como en Guernica y seguimos peleando para concretar nuestros proyectos de hábitat popular. En todas estas luchas nuestro feminismo no pide permiso, no se resigna a administrar el sufrimiento, supera y desborda los límites institucionales.Nos transformamos también en esas batallas y modificamos nuestros vínculos cotidianos. Prefiguramos otras lógicas de los cuidados, otras maneras de vivir distintas a las que nos imponen. Recuperamos la capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Luchamos por ampliar las esferas de placer y así seguimos… Hasta que la dignidad se haga costumbre

Nota:

(1) https://www.perfil.com/noticias/actualidad/el-papa-francisco-trato-de-egoistas-a-quienes-no-quieren-tener-hijos-y-tienen-mascotas.phtml

(2) https://www.letrap.com.ar/nota/2022-9-11-12-1-0-sistema-de-cuidados-una-ley-que-esta-sola-y-espera

(3) https://www.imf.org/es/News/Articles/2022/09/08/blog-md-how-to-close-gender-gaps-and-grow-economy