Territorios rebeldes en tiempos feroces

¡Somos plurinacional! Una reflexión desde los márgenes de la nación monolítica

Por Quilla Quinteros, Marabunta Tucumán; Mercedes Bielawski, Marabunta Oeste y Piwke Rosas, Marabunta Newken


Octubre es el mes en el que previo a la pandemia emprendimos nuestro camino al Encuentro. También es el mes en el que resignificamos esa “otra historia”: la de nuestros pueblos, nuestras comunidades, de las mayorías. Esa historia que camina en vía contraria a la evocación de la efeméride que las naciones blancas construyeron alrededor del 12 de octubre. Nosotres en resistencia, pensamos en las memorias de nuestros pueblos que resistieron a la conquista y que resisten hoy en distintos territorios. Octubre nos invita a pensar y hacer cuerpo los cruces entre nuestras experiencias transfeministas y nuestras memorias ancestrales. Para este octubre, de cara al 35° Encuentro Plurinacional de lesbianas, travestis, trans y no binaries nos parece importante compartir algunas ideas sobre plurinacionalidad, mientras caminamos a encontrarnos en territorio Huarpe, Comechingón y Rankülche. 

Nación y Estado asuntos separados

Estado y Nación no son sinónimos. Existen cientos de pueblos al interior de las delimitaciones territoriales del Estado argentino y de los Estados latinoamericanos, que fueron trazados de manera arbitraria. La identidad nacional se construyó en un contexto en el que Argentina y los Estados modernos latinoamericanos ingresaron  a la división internacional del trabajo bajo modelos primarios exportadores que favorecieron el monopolio de la tierra, el despojo de las comunidades de sus territorios y el saqueo de bienes comunes. El ingreso de las economías latinoamericanas al capitalismo implicó necesariamente la marginación, el despojo y genocidio de familias campesinas e indígenas. La idea de Nación se forjó, entonces, de manera simultánea entre la legitimación del despojo y la pretensión de ser monocultural: blanca y occidental. 

Pensar que existe una correlación directa entre Estado y Nación es negar la existencia de esos pueblos, de sus identidades, de la construcción de sus propios métodos de organización y decisión. Es reproducir el discurso que la clase dominante intentó imponernos. Romper la idea Estado y Nación como unidad indisoluble, homogénea entonces, es reconocer la plurinacionalidad de nuestras sociedades. 

A su vez, el reconocimiento de estos pueblos, de su autodeterminación, nos invita a pensar en cómo decidimos en nuestros territorios. En este sentido, la experiencia de los pueblos originarios ecuatorianos son dignas de ser recuperadas. Como señala Floresmilo Simbaña, en Ecuador “primero, las comunas y comunidades constituyen el sujeto que permite generar niveles de identidad colectiva como cuerpo social y los conceptos de pueblos y nacionalidades posibilitan la unidad desde donde plantear una propuesta “nacional”, pero al mismo tiempo cuestionar el carácter homogeneizador de lo nacional y proponer su superación mediante la plurinacionalidad”(1).

El Estado/Nación como lugar de lo punitivo

Como planteaba Gramsci, todo aquello que no se legitima a través del consenso, en la construcción de hegemonía, es reprimido. Es el disciplinamiento al ejercicio de nuestra autodeterminación y a la posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras identidades. 

La construcción de una identidad nacional uniformizante legitimó la marginación de cuerpos migrantes e indígenas. Históricamente a les migrantes, indígenas, se nos asignan tareas de cuidado. Somos quienes reproducimos la vida, desde las criadas en las casas de la clase dominante, a las trabajadoras domésticas hoy. Nuestra identidad disidente e indisciplinada es para la clase dominante motivo suficiente para empujarnos a la precariedad. Si bien estos roles nos permitieron trazar desde abajo nuestras propias redes comunitarias y de sostén, lo cierto es que en un contexto de crisis multicausal, el cuidado y la reproducción de la vida se vuelve resistencia. 

Reproducir que nuestras existencias se circunscriben a las tareas domésticas es una victoria del punitivismo que el Estado y el capital han sabido construir sobre nosotres. Lejos de proyectar horizontes desde la mirada del opresor, nos parece importante reconocer que el cuidado es fundamental para la sociedad que queremos construir. Sin embargo, ese cuidado no debe recaer sobre identidades en particular, ni tampoco debe ser usufructuado. Imaginamos un mundo donde el cuidado se socialice. 

¿Qué contiene la plurinacionalidad que construimos?

La plurinacionalidad en términos políticos implica reconocer la existencia de la pluralidad de identidades dentro del territorio. En el caso del Encuentro es reconocer que quienes lo habitamos, emergemos de los márgenes de la idea de nación monolítica. Reafirmar la plurinacionalidad no es una tarea lineal. Implica pensar qué plurinacionalidad queremos construir y cuáles son los límites de la plurinacionalidad en el marco del capitalismo. 

En este sentido, entendemos que es fundamental pensar las experiencias plurinacionales de Ecuador y Bolivia, no para hacer una traspolación directa a nuestro territorio, sino para aprender de las posibilidades y límites que implica el desarrollo de una sociedad plurinacional en el marco de un Estado capitalista. No perdemos de vista que las instituciones del Estado han sido mecanismos de ejecución del despojo, ayer y hoy. Por esto, consideramos necesario construir una mirada crítica sobre la plurinacionalidad desde una perspectiva estatalista. La plurinacionalidad que pretendemos construir, se encuentra vinculada no sólo a visibilizar la existencia de naciones y pueblos que desbordan los límites estatales, sino también recuperar las experiencias históricas de libre autodeterminación, la construcción de derechos culturales, la socialización de la tierra para vivir, los procesos de liberación nacional. 

Pensamos la plurinacionalidad como forma superadora de organización que reconoce la interculturalidad, la clase y el género para edificar comunas donde el pueblo se autodetermine. Pensamos la plurinacionalidad como posibilidad de construir contrahegemonía y poder popular y transfeminista. 

Sumar la interseccionalidad a la mirada sobre el “ser migrante”

La dominación del capital no puede pensarse sin la dominación patriarcal y colonial. Bajo estas lógicas nos han educado por generaciones y generaciones para ser buenos ciudadanos blancos, católicos. Lo que queda por fuera de ello, aquello que irrumpe, es reprimido, es negado. En ese sentido, es central problematizar la segregación entre categorías estancas como mujer, indígena, trabajadora. En la praxis, nos encontramos con que esas identidades no están escindidas; por el contrario, la opresión recae en nosotres por contener todas esas identidades. El opresor se sirve de esa construcción segmentada de nuestras realidades que impide pensarnos en escenarios colectivos en los cuáles construyamos alternativas a lo que el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo propone. Clase, género y raza, como propuso Angela Davis, están interrelacionadas y no pueden separarse al momento de pensar el feminismo que caminamos, desbordamos con nuestras experiencias ese feminismo blanco y académico. 

Lejos de comprender las comunidades como fijas y estáticas, es importante pensar cómo en el marco de un sistema cis hétero patriarcal un mismo cuerpo, una misma subjetividad, es foco de múltiples opresiones. Tener presente esto nos permite por un lado visibilizar los orígenes de nuestra explotación, pero a su vez reconocer quiénes son nuestres aliades para emprender luchas mancomunadas por nuestros territorios, por vidas dignas y por el ecosocialismo. 

La interseccionalidad entonces nos permite potenciar nuestras luchas. Sin embargo, es necesario reconocer que nuestras comunidades no son fijas, ni estáticas. Afirmar esto sería proyectar una mirada esencialista sobre ellas, y pretendemos complejizar las miradas para organizarnos más y mejor. Así como las comunidades son dinámicas y se transforman (pese a mantener saberes y formas organizativas ancestrales), nuestros territorios también. El capital y el Estado han intentado fragmentar nuestras comunidades, no solo con las fronteras nacionales, sino también con sus denominaciones. Esto es lo que se hace con el pueblo nación Mapuche cuando se quiere imponer que algunas identidades territoriales -como rankülche, pehuenche y huilliche- son una parte escindida del mismo pueblo. Ante eso es importante recuperar las formas en que históricamente nombramos nuestro territorio. Vivimos en el Wallmapu, en el Tawantinsuyu, en Abya Yala. 

La interseccionalidad se configura, entonces, como una de las herramientas que nos permite descolonizar las identidades. Una lucha antirracista es feminista y anticapitalista, se da de forma interconectada. Nos plantamos como una organización que apuesta a la lucha de clases, a la construcción del socialismo, tenemos como desafío pensar cómo dar batallas contra el capital y en un mismo ejercicio al colonialismo y al cis heteropatriarcado. Entendemos la lucha antirracista y transfeminista como pilares de la lucha anticapitalista. Y nombramos nuestras identidades para reconocerlas, para entenderlas como una integralidad, y no de manera escindida. Así es como podemos reconocernos a la vez como trabajadorxs indígenas y lesbianas. 

Ante la multiculturalidad de cartón, ¡interculturalidad transfeminista!

El multiculturalismo, es la forma que encontró el modelo neoliberal para responder ante la movilización indígena cada vez más masiva. Es un abordaje que apenas reconoce la existencia de una diversidad de pueblos y busca folklorizarlos en lugar de dar un reconocimiento efectivo de derechos. Los sectores de poder buscan hacer una igualación acrítica y superficial entre el multiculturalismo y la interculturalidad. 

Acá también es central pensar en cómo nos nombramos. Porque implica poner en tensión las nociones que desde el Estado y la multiculturalidad se pretenden imponer. Cuando nos nombramos indígenas, ¿qué nombramos? ¿Es una identidad reconstruida en comunidad o es nombrarnos a partir de cómo nos nombra el Estado? ¿Es un proceso de apropiación? ¿Cómo construimos la recuperación de identidad en clave antirracista/transfeminista y anticapitalista?. Tenemos la certeza de que en un contexto de capitalismo y patriarcado voraz, pensarnos en clave intercultural, desde un accionar crítico, nos encamina en un verdadero proceso de descolonización, alejándonos de una integración al Estado que busca controlar esas existencias subalternas.

No habrá interculturalidad si obviamos las instancias históricas y actuales de colonización en la que estamos inmersos, especialmente las practicadas por las políticas públicas estatales y el control de nuestros cuerpos y de nuestras prácticas sociales por parte del Estado. 

Asociar el debate pluri a las disputas por tierra y territorio

Las luchas feministas no pueden tener fronteras. Es necesario que podamos conectar las diversas experiencias de las mujeres y disidencias plurinacionales. Debemos recuperar la experiencia de diversos pueblos originarios de todo el continente que han impulsado importantes luchas por la recuperación territorial. Esto se expresa con mayor fortaleza desde los noventa, a partir de la movilización que emerge en el marco de los 500 años de dominación colonial. Así hemos recuperado una noción del territorio que excede lo material, es decir, la idea de una porción de tierra para producir en términos capitalistas. 

Las recuperaciones territoriales, tienen el sentido de construir allí otras formas de vivir, donde se recuperen formas de organización históricas de nuestros pueblos. Y con ello, desarrollar otras maneras de vincularnos con la naturaleza, otra forma de socializar el cuidado y nuestros bienes comunes. La recuperación territorial es volver a tomar en nuestras manos aquello que se nos ha arrebatado como pueblos, para construir alternativas a las lógicas instrumentales que usufructúan lo que consideramos vida. Por esto, consideramos que las recuperaciones territoriales deben tejer un estrecho vínculo con las luchas por tierra para vivir y producir, en la articulación de una fuerza que sea capaz de transformar de raíz esta sociedad. 

También debemos articularnos con luchas insurreccionales como las de Chubut contra la minería, o los procesos de Colombia, Chile y Ecuador. Disputando contra las tensiones institucionalizadoras, estos levantamientos populares configuran un posible horizonte revolucionario con la posibilidad para la generación de procesos instituyentes de nuevas realidades anticapitalistas, no atravesadas por lógicas burocráticas, con fuerte participación de mujeres y disidencias. 

Se vuelve necesario salir de la sectorialización de la lucha en defensa de los territorios, poder darle un carácter multisectorial, que conecte las luchas por tierra para vivir y en defensa de los territorios, a mujeres y disidencias indígenas, negras, trabajadoras urbanas, y campesinas, entre otres. Superar las fronteras en los feminismos que nos permita articular luchas contra los desalojos, al mismo tiempo que recuperar territorios son urgentes desafíos y necesidades. Necesitamos territorios donde poder desplegar una propia forma de habitar la realidad para nosotras y nosotres, territorios transfeministas donde podamos vivir sin violencia patriarcal, donde podamos superar las luchas defensivas o las resistencias contra los extractivismos y poder crear espacios seguros, donde decidamos sobre todos los aspectos de nuestras vidas.

No al pago de la Deuda 

Nos pronunciamos por el no pago a la deuda externa, ilegítima, odiosa y fraudulenta. 

Decir que la deuda es con los pueblos y naciones indígenas es afirmar y reconocer la responsabilidad estatal en el genocidio de los pueblos indígenas. Es reconocer la preexistencia de los mismos a la construcción del Estado argentino. Por eso decimos: ¡No al pago de la Deuda! Que los fondos sean destinados a la reparación histórica de los pueblos, con políticas concretas para garantizar el acceso a la tierra y el derecho al territorio indígena.

Nota:  Floresmilo Simbaña: “El movimiento indígena ecuatoriano y la recuperación de la historia”, Revista Ñawpa