A 47 años del golpe genocida, desde las calles continuamos la lucha por memoria, verdad y justicia

El 24 de marzo de 1976 una sangrienta dictadura daba un salto represivo sobre las organizaciones obreras, populares, culturales, intelectuales, del colectivo lgtbq+, comenzaba un genocidio. Su misión fue quebrar una correlación de fuerzas en la sociedad argentina, en la que existía una dura resistencia a la explotación del empresariado, por parte de la clase trabajadora, y se desarrollaban luchas desde abajo con el horizonte de proyectos políticos transformadores.

El modelo económico neoliberal de la dictadura trajo aparejada una suba del desempleo, de la inflación, de la pobreza, con el quiebre masivo de empresas. Era un decidido intento de desarticular el estado de bienestar, romper las perspectivas industrialistas, bajar los salarios reales, integrar a la economía argentina en el mercado mundial en transformación y globalización acelerada desde la crisis del 73, y dar todo tipo de concesiones al empresariado más concentrado.

Ese proyecto avanzó aún más incluso en gobiernos “democráticos”, especialmente el de Carlos Menem en los 90s, arrasando con gran parte del entramado industrial, llevando la desocupación al 20%, privatizando empresas a mansalva y empobreciendo masivamente a la clase trabajadora. En plena debacle social comenzaron a surgir luchas desde distintos pueblos en las provincias primero, desde los conurbanos de las grandes ciudades después, con les desocupades, estudiantes, docentes, saliendo a luchar contra el ajuste, contra la desocupación. Resistencia que alimentó el fuego de diciembre del 2001 donde la rebeldía popular echó a un presidente y sentó las bases de otra etapa política y social.

Esa orientación privatizadora, neoliberal, de los 90s fue puesta en cuestión, pero todos los retrocesos que tuvo fueron parciales. El estado no volvió nunca a asumir las funciones que tenía previo a los 70s, el salario real nunca volvió a los salarios previos al golpe militar, centenares de pueblos abandonados por el cierre de los ferrocarriles quedaron en una lenta agonía, y la salud, educación y la gestión de los bienes del suelo y subsuelo nunca volvieron a manos del estado nacional desde la reforma constitucional del 94. El camino fue de retroceso en retroceso. Ese estado de bienestar no era una panacea, y de hecho todos sus problemas cotidianos, su decadencia, fueron parte de los argumentos para su desguace. Pero en las luchas que reivindicamos, de tantos compañeros, compañeras y compañeres desaparecidxs y caídxs, el horizonte iba mucho más lejos que una “buena gestión” de ese estado, hacia un futuro socialista que era la promesa de un país, un continente, un mundo, sin explotación ni opresión, sin violencia machista, con tierra, trabajo, salud, educación, vivienda, un ambiente sano y recreación para todes.

Y también de una democracia diferente. No era esta democracia del hambre, de la pobreza, de los hospitales que se caen a pedazos, de la educación que se privatiza cada vez más, de salarios que cada año sirven para menos. Hoy en día, los bancos y empresarios “votan” cada vez que se quejan en un medio. Rápidamente los atienden en un ministerio y les arman medidas para complacerlos. En cambio, para las masas populares apenas hay un sobre en una urna cada un par de años. El FMI es recibido todos los días en todos los organismos oficiales en los que quieran dar sus “opiniones”, mientras que las medidas de protesta de las organizaciones sociales solo reciben ataques del gobierno, causas del Poder Judicial, y estigmatización de la oposición por derecha y la prensa.

No es casualidad esa separación entre el pueblo trabajador y las decisiones cotidianas. Es clave en un sistema de explotación donde los empresarios, los bancos, terratenientes, las empresas multinacionales, son dueñas de todo. Donde las reglas de juego del sistema están hechas a su medida, hasta donde pudieron. Y donde cada crisis pretende ser superada por nuevas concesiones a estos sectores del poder económico. Más subsidios, más dólares para fugar, menos regulaciones, más territorios para saquear y contaminar, etc. Hasta donde pueden. No son momentos fáciles, pero no somos un pueblo que esté vencido.

Ni las traiciones de las conducciones sindicales burocráticas, ni la criminalización con la que ataca el poder judicial, ni la violencia policial, ni las violencias machistas, han logrado acallar o frenar del todo la resistencia popular a los planes de ajuste. No han logrado que traicionemos la memoria de les 30.400, que miremos para otro lado cuando haya injusticias, que salgamos con fuerza a plantar bandera por los derechos humanos de ayer y de hoy. A defender con uñas y dientes cada derecho arrancado a este sistema, cada conquista obrera, popular, campesina, feminista.

Es por eso que algunos sectores políticos y económicos aspiran a que exista un nuevo cambio de etapa, social, económico y político que profundice aún más las iniciativas neoliberales de la dictadura y los 90s. Bullrich, Macri, Milei, Espert, se mueven en conjunto con los sectores más reaccionarios de la sociedad, aquellos que fueron cómplices y partícipes directos de la dictadura, como el empresario Blaquier que falleció hace pocos días o de los medios mayoritarios (Clarín y La Nación), que clamaban por el golpe militar y luego lo saludaban y apoyaban entusiastamente.

Esos sectores propagandizan discursos de odio que alimentan el accionar de bandas con acciones violentas contra los sectores populares organizados, como las bombas y pintadas contra locales partidarios y culturales, los ataques a movilizaciones contra el ajuste, contra las identidades disidentes, las vandalizaciones de los pañuelos de madres y abuelas en plazas, y un sin número más de acciones que pretenden alimentar el disciplinamiento de los cuerpxs organizados.

Pero no es la única expresión derechista. Cuando las entidades empresarias del sector agropecuario son beneficiadas con multimillonarios beneficios por el Gobierno Nacional, cuando los bancos tienen la mesa servida en el Ministerio de Economía que dirige Sergio Massa para hacer negocios con el patrimonio de les jubilades, cuando el grupo Techint encabeza los grandes proyectos de infraestructura del Gobierno, cuando los dueños de Vicentín se salen con la suya después de defraudar al estado, se siguen fortaleciendo los grupos de poder económico que estaban detrás de la dictadura militar. Cuando se renegocia con el FMI que realizó desembolsos apoyando a los militares desde el día 1, cuando se legitima una deuda fraudulenta que el Gobierno de Macri tomó para permitir la fuga de capitales, cuando el FMI cogobierna, con la venia de Estados Unidos que quiere tener un gobierno amigo en el cono sur.

Así se inclina la balanza hacia la derecha, en gran parte del arco político, por más foros de Derechos Humanos que se organicen. Por más que otro sector del Gobierno finja demencia y denuncie el ajuste de su propio gobierno y el FMI, sin salir a la calle a reclamar y manteniendo su apoyo a los ajustadores.

El bloque de poder de la clase dominante no tiene una única perspectiva para este momento político, pone un huevo en cada canasta o se inclinan por una alternativa u otra para continuar con sus negocios: hay un sector que quiere hacer retoques parciales en este modelo de salarios paupérrimos y otros que creen que es momento de apostar por un cambio de etapa más acentuado. Ambas perspectivas son diferentes: la quimera imposible de la conciliación de intereses empresarios y de la clase trabajadora, y la promesa increíble de que si le damos todo el poder a los empresarios y el mercado viviríamos mejor. Pero el futuro que nos proponen solo implican más retrocesos para la vida de la clase trabajadora y más represión para quebrar las resistencias a los ajustes, y más y más concesiones al capital. Es decir, darle cada vez más voz y voto a los que ya lo tienen todo.

Creemos que ni hacer un altar al mérito individual de un mundo precarizado, ni abrazar resignades el mal menor, son los caminos que vayan a “sacar al país adelante”. Es necesario romper con el FMI, investigar la deuda que hipoteca los próximos 20 años para no pagar lo que no debemos, apropiarnos del comercio exterior, construir una transición energética, reorganizar el sistema productivo cuidando los bienes comunes, la naturaleza, tomar la voz desde cada trabajador/a/e en su lugar de trabajo y de vida… En fin, animarnos a cuestionar la sacrosanta propiedad privada, animarnos a construir un futuro comunitario. Retomar esos sueños socialistas de lxs 30.400, porque también son nuestros sueños de hoy. Y hoy día decimos eco-socialistas, y trans-feministas, porque son posibles, son necesarios, y con toda la fuerza que tiene nuestra clase, nuestro pueblo trabajador, gritamos: ¡Venceremos!

¡Cárcel común perpetua y efectiva a todxs los genocidas y sus cómplices!

Restitución de la identidad a les hijes apropiades. Apertura de todos los archivos.

Aparición con vida de Tehuel.

Basta de persecución política por luchar

Suspensión del pago e investigación de la deuda ¡Fuera el FMI!