¿A dónde lleva la economía política de la mesura?

La negociación del Gobierno Nacional con poderosos fondos de inversión se encaró con una estrategia político institucional meditada y calculada, pero lejos de cualquier escenario donde las confrontaciones puedan desbordar. El proceso que llevó al anunciado acuerdo es ilustrativo de un estilo político novedoso en el escenario político: la política de la mesura. ¿Es una macroeconomía tranquila la clave del desarrollo nacional? ¿La búsqueda de conformar a todo el mundo lleva a El Dorado del capitalismo donde ganan todes?

Por Demian Alejandro García Orfanó


¿Qué hay de nuevo, Beto?

A fines de 2019 se cernía sobre la economía argentina la sombra de una deuda pública impagable, con USD 78.850 millones a pagar en un sólo año (40% en dólares), la actividad económica en picada, altas tasas de desempleo (9,8%) y pobreza (35,5%). Pero para el mercado mundial, el país no atravesaba una crisis productiva, a pesar de la “década estancada” que se inició en 2011. Al menos si se analizan los sectores exportadores. Problemas internos, dirían fronteras afuera: inflación, crecimiento de la desocupación, caída del salario real, incremento de la pobreza, etc.

Sin embargo, no eran ni son problemas menores para nuestra condiciones de vida, pero tampoco para “los dueños de todo”. ¿Podía la mera continuidad del macrismo garantizar un relanzamiento de la acumulación de capital en la Argentina? Dudoso. Necesitaban garantizar algunas condiciones para la continuidad de su propio proyecto: la renegociación de la deuda, que acumulaba vencimientos de una forma insostenible para los cuatro años de gobierno hasta 2023; el sostén de los superávit de balanza de pagos conseguidos en el tramo final de 2019, sea por medio de la continuidad del tipo de cambio flexible y/o de las limitaciones a la compra de dólares en el mercado cambiario; y, continuar el ajuste fiscal ante la caída de los ingresos, producto de la crisis económica y de los recortes de impuestos que implementaron.

Pero ese proyecto de largo plazo requería otras condiciones adicionales: ir más lejos en sus planes patronales de reestructurar la acumulación de capital local. ¿Cómo? A través de una reforma laboral que baje el costo laboral, de seguir limitando el derecho a huelga y fragmentando la negociación paritaria, profundizar el ajuste sobre las cajas previsionales y políticas sociales focalizadas, eliminar los subsidios remanentes a la electricidad, el gas y el agua y concretar el acuerdo Unión Europea-Mercosur para conseguir mercados para los sectores competitivos para el mercado mundial: bienes del agro, combustibles, minería, y los unicornios locales, las empresas de software que destacan en la región como Mercado Libre. Esa hoja de ruta era insostenible políticamente. Dejamos aquí el ejercicio contrafáctico.

Los piedrazos de diciembre de 2017 contra el Congreso derrumbaron el castillo de naipes de la hegemonía del proyecto macrista. Expresaban el hartazgo ante las consecuencias de esas  políticas que implicaban sistemáticos retrocesos en las condiciones de vida de los sectores populares y la pérdida de poder para las organizaciones gremiales. Una multitud de luchas con movilizaciones masivas a lo largo de meses permitieron que la salida del macrismo se haga realidad. Sin embargo, las promesas del peronismo de mejoras en las condiciones de vida no venían solas. Si el macrismo había construido una campaña del miedo de cara al empresariado y a algunos sectores de la pequeña burguesía y de la clase trabajadora, desde el bunker de Alberto Fernández se construía otro escenario. A tono con la amplitud de sectores polìticos implicados en el Frente de Todos, llegaba un discurso tranquilizador para los mercados. Se proclamaba el fin de la grieta, encender la economía, el diálogo con el empresariado, un equipo económico heterodoxo pero moderado.

Se tomaron desde diciembre una gran cantidad de medidas orientadas a una mejora en las condiciones de vida populares: bonos para jubilaciones y planes sociales, postergación de cuotas de créditos de ANSES, la cobertura de un amplio espectro de medicamentos para jubilades, congelamiento de tarifas, y muchas más. Estas medidas, basadas en el paradigma de las políticas públicas que van atendiendo focalizadamente algunas demandas sociales (así no sea en forma parcial y superficial), daban más aire al mercado interno y colaboraban en generar un clima de época de recomposición luego de varios años de ajuste.

Más, dame un poco más

Sin embargo, para completar un esquema económico hace falta más. El corazón de las economías capitalistas late al pulso de la estructuración de un esquema productivo y reproductivo que garantice la extracción de plusvalía. De cara al modelo productivo, el gobierno también tomó medidas. Incrementó ligeramente las retenciones pero con un esquema complejo de incentivos a las exportaciones de distintos productos, servicios y sectores. Implementó un impuesto a las compras de dólares y de bienes del exterior proyectando salir del cepo. Comenzó a preparar un nuevo esquema de la ley de Economía del Conocimiento. Anunció la continuidad de la apuesta por Vaca Muerta y prometió a la plana mayor del empresariado local que la megaminería avanzaría sobre la meseta patagónica y la cordillera. Pausó las propuestas de integración entre el Mercosur y la Unión Europea. Habilitó una moratoria impositiva, reintrodujo la doble indemnización, incrementó el impuesto a los bienes personales (buscando no solo recaudar más sino también intentar generar incentivos a la repatriación de capitales del exterior). Por último, el gobierno no solo congeló la baja del impuesto a las ganancias y a las contribuciones patronales macristas sino que también pausó la fórmula de movilidad jubilatoria mientras elaboraba una nueva: un ajuste fiscal que tendría por objetivo el principal ítem del gasto del Estado.

Este paneo no alcanza a describir adecuadamente las diferencias y similitudes entre el gobierno actual y el anterior. Las diferencias son notorias si consideramos que el gobierno anterior estaba linealmente vinculado a la dirección de las principales empresas que operan en el país, a las grandes familias empresarias locales y a los fondos de inversión y empresas transnacionales. El macrismo proponía un proyecto de reestructuración patronal del capitalismo local ante una crisis de la acumulación estructural.

Pero si volvemos a repasar el espectro de medidas, aún reconociendo un sesgo redistribucionista y la pretensión de una política productiva con más atención al mercado interno, no hay una reorientación notoria de la propuesta de inserción internacional de las últimas décadas de nuestro país (ni grandes proyectos de mayor valor agregado, ni nuevas asociaciones comerciales, etc). ¿Bastará al menos para que un nuevo ciclo de crecimiento se desarrolle? Una etapa de crecimiento, mejora en las condiciones de vida, y (en un optimismo exagerado) condiciones de transformación a futuro de la estructura productiva actual, es una promesa mucho más deslucida luego de tantos años de estancamiento y ajuste. No es evidente que el resultado sea el esperado.

La pandemia no es un paréntesis

La cuarentena tuvo el lógico resultado de deprimir la actividad económica, tanto en sectores formales como informales. El impacto más pleno fue en el mes de abril, teniendo como principales sectores afectados a Construcción (-86,7%), Restaurantes y hotelería (-85,5%) y otras actividades de servicios comunitarios, sociales y personales (-72,3%), según el índice EMAE del INDEC. Además, afectó duramente a les trabajadores cuentapropistas, sean monotributistas, autónomos o informales, lo cual empujó a millones a depender del endeudamiento, de las medidas exiguas aunque extendidas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), o de aceptar condiciones aún más precarizadas de obtener recursos.

De todos modos, no fue un parate “total”, ya que en el arranque de la cuarentena, el 43,1% de les trabajadores formales quedó exceptuado de la misma, en los sectores de salud, alimentación, farmacéuticas, empresas exportadoras (y aquellas que proveen insumos), etc. También se excluyeron a las actividades industriales con procesos continuos, estatales de sectores críticos/esenciales, y una veintena de sectores/actividades más. No hubo cuarentena para el extractivismo, pero la baja de la demanda mundial hizo caer la producción y los precios de las exportaciones mineras, petroleras y pesqueras. Está por verse cuál será el resultado final de la campaña agrícola 2019/2020, que prometía ser una de las mayores de la historia argentina, en extensiones cultivadas y expectativas de cosecha.

Con el retorno a la actividad en distintas provincias, el porcentaje de trabajadores en actividad fue creciendo, con los últimos datos implicando al 66,7% de les trabajadores según el Ministerio de Producción. De todos modos, no es posible afirmar que en el momento de escribir estas líneas se haya iniciado una recuperación sostenida de la actividad porque, sin vacuna a la vista, la rápida difusión del COVID-19 no permite garantizar que las aperturas de actividad que se decretan sean duraderas.

El impacto en el nivel de actividad no es el único. Entre distintos efectos cualitativos, se encuentra la reconversión productiva de algunos sectores, como las automotrices o empresas recuperadas fabricando elementos sanitarios. También la implementación de esquemas de envíos a domicilio en una escala mayor, utilizando aplicaciones y precarización por plataformas. Vale mencionar la implementación del teletrabajo en forma masiva, con una regulación aprobada en forma express pero que comenzará a estar vigente noventa días luego de que termine la cuarentena y la redistribución de las tareas de cuidado, descargando mayores presiones y tareas sobre las tareas no remuneradas, que sostienen principalmente mujeres, lesbianas, trans y travestis que se han visto especialmente afectadas por la retracción de ramas laboralmente feminizadas (gastronomía, por ejemplo). Además, se hizo patente la necesidad de producir con protocolos de cuidado sanitario en todos los sectores, a pesar del desdén empresarial por el cuidado de la salud de les trabajadores.

Si bien no todos los cambios llegaron para quedarse, algunas de las transformaciones proseguirán post pandemia. Ahora cuentan con la prueba de los hechos: la comodidad de los nuevos esquemas de delivery, las discusiones abiertas entre les trabajadores respecto del trabajo remoto (con una fuerte heterogeneidad en su interior), la generalización de instancias virtuales de reunión, flexibilidad funcional, cambios horarios, etc.

La caída en estos meses tuvo su mayor desplome en abril (-26,3%), y el saldo final del año podría estar entre el 10/13%, incluso más. Imágenes similares o peores se repiten en la mayoría de los países: la producción de riqueza mundial será menor y con ella, el comercio mundial. El impacto será diferenciado por sectores de producción y, como indican algunos análisis (por ejemplo, N. Águila, 2020), el impacto de la crisis no sólo será producto de la gestión de las medidas de cuidado de la salud sino también de la inserción internacional de los países. En el caso de muchos países latinoamericanos, operará la dependencia de las economías de las divisas que aportan las exportaciones de materias primas, así como el rol secundario que juegan en los procesos de innovación. El foco sectorial internacional es relevante ya que la estructuración de la producción no puede pensarse únicamente en los marcos nacionales. La pandemia re-posicionará empresas, reforzará el liderazgo tecnológico y las ganancias de las de plataformas, las que vehiculizan servicios directo a las casas (desde redes en general, streaming u otros servicios). Además, claro está, de las empresas farmacéuticas o que producen bienes para el sistema de salud. La propiedad intelectual y las patentes serán nuevamente objeto de debate mundial.

La pandemia también impactará desigualmente en las empresas en función de su tamaño, con el proceso usual de concentración y centralización del capital que opera normalmente. Este proceso de destrucción de empresas tiene lugar a pesar de los planes de créditos a tasa subsidiada, apoyo estatal al pago de sueldos y otras medidas implementadas por el Gobierno Nacional. En los registros de la AFIP ya se visualiza un menor ingreso de declaraciones juradas de impuestos. Además, a esta interrupción del flujo de ingresos para el Estado deben sumarse los cortocircuitos entre privados que generará el corte de la cadena de pago a proveedores. Esto significa que la hipotética recuperación de la actividad post-pandemia va a tener por protagonistas a un número menor de empresas, operando con una cantidad menor de trabajadores que, encima, sufrirán una mayor coerción económica ante el incremento del desempleo (a pesar de la prohibición de despidos), la caída de los ingresos en actividades alternativas y el menor abanico de demandantes.

Revisar hipótesis sobre los próximos años trae la tentación de imaginar este período como una pausa que permite continuar luego con el camino previo. Pero hay al menos tres problemas. El primero es que los efectos de la pandemia no son superficiales y son acumulativos. A mayor cantidad de meses, mayor daño a estructuras productivas y empresariales, y a la propia supervivencia de la clase trabajadora. El segundo problema es que la pandemia no encuentra al capitalismo mundial en un momento de auge: las consecuencias de la crisis del 2008 no fueron superadas por esta “década larga” de endeudamiento e inyección de dinero en el sistema financiero. Previo al estallido de los brotes del COVID-19 ya se vivía una suave desaceleración de la producción y una baja de la tasa de interés en muchos países. También se sentían diversas tensiones sociales y políticas, incubadas en la falta de respuestas de las políticas de austeridad o de las que prometían redistribución, y de los roces geopolíticos de la estrategia de despliegue de China en términos territoriales (Ruta de la Seda) y tecnológicos (5G). El tercero es que la expansión del virus aún continúa y las cuarentenas, sus aperturas y vueltas atrás, tienen ritmos desiguales entre países que se van a entrelazar de manera muy compleja.

El futuro inmediato va a ser mucho más difícil de predecir. Se combinará la situación de arrastre del capitalismo mundial y las consecuencias de la pandemia. La recuperación de la actividad que augura el FMI para el mundo, como si la actividad económica pudiera graficarse como una “V”, es una expresión de deseos. O de pereza intelectual.

Esto no quiere decir que no pudiera haber factores que puedan dar lugar a una recuperación (como las inyecciones estatales de recursos, posibles acciones de reconstrucción económica o un reimpulso inversor ante una mayor tasa de explotación). Pero el motivo de la linealidad de los análisis del neoliberalismo mundial es que esta crisis aparece como un shock externo, que afecta la economía y luego desaparece sin dejar marcas.

Punto y seguido, punto y aparte, vuelta de hoja… ¿Qué historia se escribe?

Las políticas previas a la pandemia del gobierno de Alberto Fernández volcaban recursos estatales al consumo interno, buscaban apuntalar algunas actividades específicas hacia el mercado local y querían relanzar las inversiones en sectores claves para la exportación (petróleo, gas, minería, biodiesel y software). La renegociación de la deuda despejaría el presupuesto de estos años y el retorno a los mercados internacionales de crédito permitiría contar con dólares durante un tiempo para las importaciones que demanda el crecimiento. El reciente acuerdo con los fondos de inversión para la renegociación de la deuda fue concebido a la luz de esa hoja de ruta.

Si al inicio del gobierno la sensación de revancha al ajuste macrista inundaba los sectores populares, ahora desde arriba pretende instalarse la mesura. Para el Gobierno Nacional, la mesura pasó a ser la guía orientadora de las políticas, con un tono de cautela que domina el escenario económico. La sábana corta de la negociación política al interior del Frente de Todos se tironea entre sectores que podrían haber integrado un gobierno macrista y aquellos provenientes de construcciones populares. Esta mesura tiene sus costos en términos de políticas económicas. Las dilaciones, marchas y contramarchas como en el caso Vicentín, pueden llevar a que la empresa pierda mercado, capital y avance finalmente hacia su quiebra.

La vocación de acordar la reestructuración de la deuda pública a toda costa, continuando con lo hecho en los acuerdos con los fondos de inversión, puede conducir a un acuerdo con el FMI con sus clásicas implicancias: equilibrio fiscal, emisión monetaria acotada, incluso reformas estructurales antiobreras. Es decir, limitar aún más las herramientas para mejorar condiciones de vida, atender la pandemia e impulsar la actividad económica. Incluso, la pasividad geopolítica puede implicar que de la mano de Brasil se avance nuevamente en el acuerdo UE-Mercosur.

La postergación sistemática del impuesto de emergencia a las grandes fortunas brinda un flanco frágil para el cuestionamiento al gasto social ante el riesgo improbable de una hiperinflación. Además, lleva al gobierno a trasladar a millones de personas el pleno del costo de la crisis para no cobrarle  a unos pocos miles un impuesto más.

Más arriba se mencionó el escenario tímidamente optimista de esa economía política de la mesura: un nuevo ciclo corto de crecimiento económico, con una lenta recomposición social, que camine en pocos años a la crisis recurrente de la estructura productiva local. No es el único escenario. La crisis del 2002 parece ser parámetro para medir las aspiraciones de recuperación económica actuales. Pero el modelo que quedará post pandemia no parece ser el equivalente al paquete de mega devaluación, plan jefes y jefas, control de capitales, altos precios internacionales y retenciones a las exportaciones del 2002. Sin un cambio de ritmo, el espejo para reflejar la situación puede ser más parecido al lejano 1999 o a la “sintonía fina” de Cristina Fernández y Axel Kicillof del año 2013. En el primer caso, con su reguero catastrófico de pobreza; en el segundo, con su mera postergación de los problemas estructurales. Pero, en ambos casos, con la ilusión de que reformas marginales permitan eludir problemas estructurales.

Si hay posibilidades abiertas para evitar males mayores, no dependen de las fuerzas que tironean la sábana corta para el lado del capital sino de la movilización popular. Para intentar cortar con los ciclos descendentes de estancamiento y empobrecimiento es necesario dar pasos decididos hacia la transformación de la estructura productiva local, dejar atrás los proyectos de cuño macrista de reestructuración capitalista y no dormir en la parsimonia de los parches que postergan las crisis. Necesitamos despertarnos, apropiarnos de un proyecto político y de acumulación propio, ir dando pasos en una perspectiva ecosocialista y feminista.

Demian Alejandro García Orfanó

demian.go@gmail.com | @demian_mrb

Economista, trabajador estatal | Delegado de ATE en el Ministerio de Economía de Nación