Feminismos en la encrucijada

Frente a la reciente creación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, nos preguntamos hacia dónde van los feminismos. ¿Qué matriz orienta el desarrollo de la política feminista “por arriba”? Aproximaciones al debate sobre la institucionalidad y los peligros de la cooptación

Por Natalia D’Amico


El pasado 8 de agosto se cumplieron dos años de aquella derrota que el movimiento feminista sufrió en masa: la sesión de senadores que impidió la legalización del aborto en todo el territorio nacional. Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente para les feministas. Pero un elemento que se nos vuelve central es que ahora tenemos una figura institucional “propia”: el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. ¿Cuán nuestro es? ¿Por qué todavía el gobierno no presentó su proyecto de ley para legalizar el aborto? ¿Por qué no retomar el construido por la Campaña? Los límites de la política institucional, el feminismo y los peligros de la cooptación.

Desde la asunción de Elizabeth Gómez Alcorta en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, muches activistes y militantes comenzamos a preguntarnos qué pasaría ahora. La adhesión de una larga lista de feministes a la gestión de Alcorta, las compañeras travestis en lugares, aunque mínimos, de gestión y el gesto simbólico del pañuelo verde en las tomas de juramento, generó expectativa en algunes y dudas en otres. ¿Se acabó el patriarcado, como dijo Alberto Fernández? ¿Se volvió madre el Estado, como dijo Rita Segato? ¿Hace la policía tareas de cuidado? ¿Qué narrativas nos cuentan y qué decimos nosotres? 

Las condiciones de vida de mujeres, lesbianas, travestis, trans y personas queer es mala en general y, producto de la pandemia, empeoró. No cualquier mujer o persona queer, sino aquelles que pertenecen a la clase trabajadora y que después de esta crisis quedarán en la lona. El problema es estructural; los registros del Estado demuestran que son mujeres quienes más acuden y acceden a programas de asistencia social: según la ANSES, los bonos de la Asignación Universal por Hijo los cobran un 94,7 por ciento de mujeres de entre 4.607.099 beneficiaries y el 55, 7 por ciento del total de beneficiaries del IFE son mujeres. Les mujeres, lesbianas, maricas y travestis somos la mayoría pobre de la sociedad argentina. Lo que conocemos como la criminal alianza entre capitalismo y patriarcado. 

Desde el inicio del ASPO, la iniciativa política del Estado en materia de géneros ha sido orientada a la transferencia de recursos y a volver políticas públicas algunas estrategias propias de los feminismos, como la Campaña del Barbijo Rojo, entre otros aspectos. Las iniciativas de construcción independiente, las que dan cuerpo al movimiento, se han volcado hacia los territorios de militancia: los centros de salud, los comedores comunitarios, el acompañamiento a comunidades de personas trans-travestis y el fortalecimiento de redes (las existentes y las creadas en el marco de la pandemia). Pero, ¿qué pasa cuando el Estado parece absorber nuestras demandas, nuestro léxico, nuestras formas de hacer política?

Quienes venimos de la experiencia de organización de los 90/2000, incluso quienes aprendimos a organizarnos en pleno ciclo kirchnerista, sabemos los esfuerzos que hace el Estado por integrar, a la política institucional, a los movimientos más dinámicos de la clase. El feminismo, en el devenir de 20 años de desarrollo, es uno de ellos. Estas formas de reorientar “la política” hacia el estado que pregonan ciertas organizaciones, bajo la idea de “romper desde adentro”, terminan desarticulando nuestras redes (en muchos casos) incorporando nuestras formas de acción y sociabilidad hasta desintegrar nuestras subjetividades colectivas, rebeldes, autónomas y auto activas. ¿Cuánto de “herencia” del 2001 hay en esos movimientos pendulares que terminan en integración? Como dicen algunes, más que herencia, “son la negación en su sentido más disruptivo” (Nicanoff y Stratta, 2019), principalmente porque el espíritu del 2001 se sostiene en las barriadas populares, en los cortes de ruta y en la subjetividad rebelde que sostiene redes propias.

En este sentido, es válido compartir algunas alertas para pensar nuestras tareas en el desarrollo de una fuerza social feminista y anticapitalista. Para algunas activistas, “la preocupación es cómo ese Ministerio se fortalece como herramienta y no se reduce a un adorno; cómo se abre espacio sustancial, más allá de la cartelería; cómo se superan las limitaciones de las experiencias previas de institucionalidad estatal” (Arduino, 2020); para otras la preocupación reside en cómo evitar la domesticación, es decir cómo revertir esa tendencia a la adaptación, que termina construyendo mecanismos que sustituyen el accionar colectivo por estructuras fuertemente centralizadas y burocratizadas. 

Entre la institucionalización y la domesticación: tregua

Una característica de los feminismos que venimos construyendo tiene que ver con la autoactividad, la rebeldía, la construcción de espacios de poder territoriales y de coordinaciones amplias. Nos hemos constituido en nichos de activismo, de acción y reflexión, de construcción de un conocimiento propio, de elaboración de redes propias. El inmovilismo no ha sido algo propio pues, como dice Rosa Luxemburgo, “quien no se mueve no siente sus cadenas”. Quienes nos reconocemos dentro del feminismo revolucionario, en clave interseccional, no podemos dejar de pensar que este Estado, que ahora “asume” demandas de nuestro movimiento, lo hace bajo la lógica de un Estado que es constitutivamente patriarcal, principalmente a partir de la forma en la que está organizado: es jerárquico y tiene una lógica impersonal en el tratamiento de las problemáticas sociales y desarrolla políticas públicas que individualizan a las personas. ¿Cambia esa naturaleza del Estado por el hecho de que ahora “tengamos un Ministerio”? ¿Queríamos un Ministerio?

Frente al ascenso de masas que implicó el debate por la legalización del aborto y el movimiento por abajo que construimos les feministes, el Estado necesariamente tuvo que integrarnos para constituir gobernabilidad. ¿Asistimos al desarrollo de una tregua para salir de la crisis? El Estado es una relación social, la cooptación también. Por eso es importante pensar en dónde residen los anticuerpos de los feminismos, para no sucumbir a la política “por arriba”. Si hay sectores que pretenden homogeneizar una orientación del feminismo, es nuestra tarea pensar cuánto de nuestros feminismos hay allí y cuánto vamos a ceder en esa expropiación, por parte del Estado, de nuestra identidad política.

Sí. Hay una tregua para salir de la crisis y, de alguna manera u otra, pretenden hacernos partícipes. Les que venimos insistiendo en la vinculación intrínseca entre patriarcado y capitalismo queremos que nos expliquen cómo piensan vincular las demandas de nuestres hermanes originaries con el desarrollo de la política extractivista. O cómo piensan conciliar el pago de la deuda odiosa e ilegítima con el desarrollo de políticas públicas tendientes a nuestra autonomía. Si a fuerza de militancia y debates, logramos instalar que sin feminismo no había socialismo; ¿tendremos que volver la pregunta sobre sin socialismo no hay feminismo?

La hegemonía política está atravesada por la lógica patriarcal y no basta con romper el techo de cristal. El reciente acuerdo entre el MMGyD y el Banco Nación sobre el Cupo Laboral Trans, devenido en la designación de un ex funcionario macrista trans, es una pequeña muestra de que el problema estructural del patriarcado no puede resolverse por arriba. En todo caso, nos preguntamos si la nueva figura institucional nos permitirá abrir nuevos espacios de resistencia, si será un viento a favor o sólo un lugar más desde donde fortalecer la gobernabilidad en un contexto de crisis total.

Si el mundo no volverá a ser lo mismo; si no queremos volver a la vieja normalidad: ¿qué futuro nos imaginamos? ¿Qué sociedad nueva podemos construir? ¿Qué pueden los feminismos en ese desafío? Sin duda, a aquelles feministes no reformistas nos toca un lugar incómodo. El de la pregunta y la duda. Volver a los compromisos que tejimos multisectorialmente y poner por delante las redes críticas, puede ser un lugar desde donde empezar. Fortalecernos para resistir al desarme intelectual y simbólico, también. 

En esta nueva etapa, donde lo impersonal se vuelve cotidiano, donde el higienismo y la vigilancia determinan nuestras prácticas sociales, donde miles y millones de personas caerán en la pobreza extrema, es fundamental volver a nuestras redes y fortalecer la potencia contrahegemónica del movimiento feminista. Sólo sosteniendo esa potencia subversiva podremos mantener viva la llama de querer transformarlo todo. 

Natalia D’Amico

@magazula

Periodista, docente | Militante feminista | Activista en la Campaña Somos Plurinacional