Los tres niveles de la crisis económica global

En este breve texto sugiero que la comprensión de la crisis en curso requiere considerar tres niveles de análisis. Primero, el capitalismo presenta una tendencia a la sobreproducción que se resuelve necesariamente a través de crisis. No obstante, este reconocimiento no permite por sí mismo dar cuenta de la situación presente. Por eso es necesario entender, en segundo lugar, que las crisis adquieren formas particulares en las diferentes fases históricas del capitalismo, por lo que hay que avanzar de los rasgos genéricos de la crisis hacia las contradicciones específicas de cada y esta etapa. Finalmente, la crisis desatada por el COVID-19 tiene características singulares que no son reducibles a la dinámica más general de la crisis del período neoliberal. Vamos por partes.

Por Nicolás Aguila


La necesidad de la crisis se encuentra portada en la producción de plusvalía relativa. En el capitalismo, el objetivo inmediato de les productores no es la producción de valores de uso para la satisfacción de necesidades humanas, sino la maximización de ganancias. Por este motivo, se busca revolucionar permanentemente las fuerzas productivas de la sociedad para producir más mercancías como si no hubiera ningún límite para su consumo. No obstante, la capacidad social de absorber esa masa creciente de mercancías se encuentra limitada, en última instancia, por la capacidad de consumo de les trabajadores que, como resultado del mismo proceso, crece, pero a un ritmo menor que la producción.

En consecuencia, hay una creciente brecha entre la producción y el consumo social, es decir, una tendencia a la sobreproducción, que resulta de la propia dinámica del capital. El capital despliega una serie de mecanismos para posponer la explosión de la crisis, siendo la expansión del crédito el principal elemento pospuesto, pero no puede evitar que, eventualmente, la unidad entre producción y consumo social se restablezca violentamente a través de una crisis, liquidando tanto capital como población sobrante. Esta situación puede tener lugar mediante la destrucción física (de fábricas, mercancías, etc.) como en el caso de una guerra, o puede darse mediante la quiebra masiva de empresas. De la misma manera, la población sobrante para el capital puede ser llevada al desempleo masivo, o físicamente aniquilada a través de conflictos bélicos o pandemias.

Si bien la tendencia a la sobreproducción y su inevitable resolución por medio de una crisis es una condición genérica al capitalismo, esta se desarrolla de formas particulares a lo largo de las distintas etapas históricas, que tienen contradicciones que les son propias. La presente etapa suele ser caracterizada como neoliberalismo, globalización o financiarización. El aspecto fundamental refiere a un cambio en la organización mundial de la producción que tuvo lugar desde los sesenta, dando espacio a una desarticulación entre los lugares de producción y de consumo, generando un aumento significativo de la desigualdad de ingresos y abriendo un proceso de endeudamiento de los hogares, empresas y gobiernos.

Esta dinámica insostenible tuvo un primer estallido en el 2007-8. No obstante, la resolución de la crisis financiera global consistió en una profundización del modelo vigente a través de una expansión de liquidez y tasas de interés cercanas a cero. A partir de ese momento, la economía global entró en una etapa de estancamiento, con bajas tasas de crecimiento, moderado incremento de la productividad, magra inversión en los países desarrollados y proliferación de empresas zombies.

De esta manera, es importante comprender que la crisis del COVID-19 se da en el marco de una economía global que ya mostraba señales de agotamiento. Incluso más, la pandemia es el resultado de la propia dinámica del capital en su presente etapa, siendo una consecuencia directa de las prácticas del agrobusiness (incluyendo deforestación, la extensión del monocultivo, el movimiento de la población de áreas rurales hacia situaciones de hacinamiento en aglomeraciones urbanas, etc.).

No obstante, la crisis del COVID-19 no es reducible a la crisis neoliberal en general, sino que presenta elementos propios dentro de aquella. A nivel global, la contención de la pandemia llevó a la adopción de medidas de distanciamiento social que resultaron en una parálisis de la producción, la disrupción de cadenas de valor y una fuerte contracción de los flujos comerciales y financieros internacionales. En consecuencia, hubo un aumento de la quiebra de empresas y la pérdida de empleo o ingresos laborales. Ambas fueron parcialmente compensadas por diversas políticas de sostenimiento de los ingresos y las empresas, a pesar de que, luego de décadas de austeridad, la mayoría de los gobiernos presentaron serias limitaciones para dar una respuesta de la magnitud requerida.

La comprensión de la crisis del coronavirus de esta manera impone la pregunta de si la crisis del COVID-19 es la forma del capital de ponerle fin a la sobreproducción abierta en esta etapa histórica. Sin haberse planteado el problema abiertamente de esta manera, entre la izquierda podemos distinguir tres grupos de respuestas. 

En primer lugar, aquelles que implícitamente responden por la negativa plantean que la pandemia no le asestó un golpe mortal al neoliberalismo. Por el contrario, sostienen que va a darse un nuevo empuje a la acumulación sobre bases neoliberales, posiblemente apoyado sobre una creciente precarización de les trabajadores en un proceso de uberización a nivel global, con una población crecientemente endeudada, junto a un Estado más autoritario y activo en el control poblacional.

En segundo lugar, quienes ven en la pandemia el fin del neoliberalismo sugieren que la escala de la intervención estatal actual acarrea una contradicción insuperable con la lógica neoliberal y avizoran un cambio en la acumulación a nivel global. Este se basaría en la extensión de la industria 4.0, la emergencia de China como potencia hegemónica, el posible surgimiento de un nuevo orden monetario internacional y la aparición de un nuevo Estado de Bienestar (por ejemplo, con ingreso básico universal o garantía de empleo) que podría intervenir fuertemente para dar respuesta (parcial) a la crisis ecológica.

Por último, existe la posición que ve en la crisis del coronavirus no solo el final del neoliberalismo sino del capitalismo. La dicotomía entre la economía y la salud expuso claramente la (ir)racionalidad de un sistema centrado en las ganancias y plantea la necesidad de su superación. A la vez, el desabastecimiento inicial en conjunto con la baja capacidad de la mayoría de los países de movilizar rápidamente recursos para producir elementos esenciales mostró la necesidad de avanzar en niveles mayores de planificación de la producción, la distribución y el consumo social. En simultáneo, la proliferación de procesos de autoorganización en la gestión de la crisis (ollas populares, redes de cuidado vecinales, etc.) cuestiona la lógica mercantilizante del sistema. Por último, la magnitud y la urgencia de la crisis ecológica, la radicalización de muchos conflictos (raciales, de género y disidencia sexual) generando dinámicas de fuerte polarización social y la posible explosión del desempleo en masa permiten pensar en el surgimiento de un sujeto plural capaz de encarnar una transformación sistémica.

En cualquier caso, el escenario se encuentra abierto. Comprender y transformar la situación requiere de todos nuestros esfuerzos teóricos y políticos.

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Nicolás Aguila

Licenciado en Economía (Universidad de Buenos Aires) y Master of Arts in Economics (New School for Social Research)